martes, 2 de junio de 2009

La doble cara de las cirugías estéticas

Lo cierto es que, bien entendida, esta rama de la medicina puede ayudar a muchas personas a superar complejos que le impiden desarrollarse plenamente. En algunos casos, rasgos tales como una nariz aguileña u orejas grandes pueden llevar a padecer problemas de relación o fobia social. Generalmente las personas que sufren algún defecto que los acompleja, recurren a la intervención con una clara idea de lo que desean y se sienten en armonía y plenitud luego de la operación.
Pero el problema radica en que las cirugías también pueden ser utilizadas por individuos que, detrás de ese afán desmedido por "mejorar" alguna característica corporal, esconden algo más que una autoestima en caída libre. A veces, se trata de un cuadro psiquiátrico denominado dismorfofobia. A menudo son mujeres hermosas y hombres atractivos que se cuidan mucho y se ven feos, tienen una mirada distorsionada. Por lo tanto, al sufrir un trastorno de la interpretación de su autopercepción jamás quedan conformes con el resultado de una operación y desean hacerlo una y otra vez.
Aquí es donde entra a jugar un rol cardinal la ética profesional. Cada cirujano decide, de acuerdo a su voluntad y conciencia, una vez que advirtió la patología si accede o no a la intervención. Es entonces donde se desprenden dos grandes rutas: el privilegiar la honestidad o hacer el gran negocio especulando con la enfermedad del paciente.

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